sábado, 12 de noviembre de 2011

“Un mar en medio”. Da mar, isla bonita.


Me acerco a la (h)orilla indecisa, atraída por la llamada de las olas y los adioses, que tocan la aldaba de mi puerta y se alejan como crías traviesas para esconderse y, desde las profundidades de sus húmedas madrigueras, observar mi cara de tonta. Pienso en esa infinidad de gotas, tan saladas todas ¡Ni que fueran andaluzas!, ¡ni que fueran malagueñas salerosas y su canción suene en las herrikos! Y me pongo en el lugar de una de ellas en la embestida.

Se me plantea un dilema:

¿Cambio de ambiente y estado? ¿Cambio mi vida y cuando llegue a la tierra, me agarro fuerte a la arena, boqueando con mi boca (si la tuvieran) de pez agonizante, filtrándome en nueva materia, textura, temperatura, ambiente, incluso a riesgo de desaparecer evaporándome sirviendo de combustible para los infantiles cuentos de barco de vapor? Al menos, siempre acababan bien.

Luego, me pongo en la piel elástica de todas aquellas otras moléculas que se arrepienten de su avanzadilla, las que huyen cobardes porque el culo les arde. Me autocompadezco, y también de ellas, por estar tan perdidas, y abandonarse a la inercia de fuerzas ajenas en lugar de las propias. Contradictorias, con sus mil versiones de la dualidad, sus caras y sus cruces, para siempre acabar con la cara cruzada. Eternas viajeras magulladas.



Pienso en ti, eres un crío fingiendo la levedad con la pose grave de los hombres que han vivido. Estás en la isla de mi horizonte ―la de la noche―, justo enfrente de la mía ―la de la luna―, sólo hay “un mar en medio”, que lejos de separarnos, hace de emisario entre las dos islas que juegan con él al vaivén, al correveidile, al toma y daca, al sí-no, al Odiseo... Juegan con él y con nosotros. Tú arrojas una palabra y yo la recibo, haciéndole los honores, devolviéndote otro mensaje. Acción y reacción. Me toca. Te contaré una historia de pescadores, de las primeras que hice para ti mientras nos mecemos en este mar de deseos:

“Manos curtidas, como las mías, remiendan las redes (para que no caigas al vacío). El sol lame las tejas y el mar los cimientos de las casitas mata en el barrio de los pescadores. Ellos irán a la cofradía, llevarán a subasta el sudor de noches insomnes arrastrando sus alpargatas agotadas, encorvadas las espaldas ante un nuevo amanecer impasible. Con cuatro duros en el bolsillo y las manos vacías volverán maldiciendo su suerte. Las lágrimas, el sudor, la sangre, el mar, han de ser, esencialmente, lo mismo. Saben al pescado en salazón que aliñan las mujeres. Ellas broncean la vigilia de sus ojeras mientras anudan y anudan.  En cada nudo una plegaria”.

En cada nudo de mi garganta una plegaria.

¿Tan sólo una lágrima por ese amor? Igual sí, tan sólo fue una lágrima o quizá muchas más las que llenaron este mar. Me dormí esperando tu palabra “ven”  junto a mi gran ola por la que me dejaría arrastrar hasta tus playas, soñando darte la sorpresa y llevarte el mensaje en persona, entregártelo en mano, de mi boca. Se acercaba, cada vez más, estaba preparada para el cambio, cogiendo carrerilla en mis orillas. Pero… la gran ola, sólo me mojó los pies, hasta los tobillos, justo a la altura de mi corazón con sus latidos a ras de tierra ¡Miles de partículas de agua y no pudieron conmigo, no quisieron arrastrarme! Yo, que me había pintado las uñas de rojo para la ocasión, permanezco aquí aunque no quiero, inventando todas las vidas que quiero vivir (también contigo) y escribiendo sólo la que estoy muriendo.

Soy una cría. Como no tengo dinero viajo a base de naufragios, esperando en esta isla bonita que el mar me devuelva mis pertenencias perdidas. Hoy, enredada en verdes algas, me ha devuelto la inocencia con un collar de esperanzas, me he preparado nuevamente para el salto y al ver que no me ha arrastrado sino que me ha dejado para el arrastre,  inmediata-mente me he subido a mi cabaña en el árbol de los sueños. He extendido mi catalejo para acercarte cuando te alejas y mirar esta mar Avilla nuestra, la mar de palabras que nos separan y nos unen, temblando cuando me dices niña. Ya que no he sido arrastrada, te espero: "tráelo ya que no me llevas", pido. O no hagas ninguna de ambas acciones, pero reacciona y que siga teniéndole a través del catalejo en la isla de mi horizonte, soñando en mi luna, pronunciando el conjuro que me tiene prendida: da mar, isla bonita1.  Te daré mi mar, a cambio quiero una palabra de la noche cada amanecer. Te cambio la canción: tan sólo un deseo para ese amor.

Pues yo te quiero, incluso libre.

“… de este diábolo sombrío que hay veces que no se acuerda de que sigo siendo un niño, y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia, ojalá me quieras libre, ojalá me quieras. Yo te querré deshecho, te querré en la roca viva, te querré en todos los versos que no quieran tus pupilas. Yo te querré en la acequia, te querré en la cumbre fría, te querré cuando el fantasma de tu voz venga a por mí”.  Tómate la biodramina, es una canción de la Marea, pero hoy la tararea la chica de la papelera en la cabeza.

  1. Expresión robada a un amigo que es un cielo.

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