martes, 25 de octubre de 2011

Cuéntame tu vida.

Empecé este blog con motivo de un viaje, alentada por una María que en cinco minutos me lo configuró para que mis letras tuvieran una casita bajo esta cabecera y también alentada por otras dos Marías que siempre están en mi cabeza, en mi cabecera, bajo la almohada y en el corazón, o en cualquier lugar al que mire y me tropiece con sus sonrisas.
Luego nada tuvo que ver con aquel viaje sino con otro, tal vez a mayor profundidad en el que poco a poco voy reordenándome mientras crezco, ausentándome a veces, algunos  tiempos en que me rompo y me corrompo, para luego recomponerme componiendo textos.
“―Cuéntame tu vida  ―me dijo un día un chico guapo a la par que se giraba para mirarme―, llevo demasiado rato hablando de cosas que no sé porqué te cuento, pero me interesas tú. Cuéntame tu vida”.
Nunca me había enfrentado a esto. Así que inconsciente-mente, ordeno los recuerdos que no recordaré en voz alta y echo a correr, olvidando que me he sentado a su lado, pero mirando de frente su perfil y, como siempre que me siento a gusto, he metido mis pies bajo sus piernas. Y ante esa petición, soy el árbol que quiere huir del incendio, pero que no puede, pues sus raíces están aprisionadas bajo su tierra. Entonces mi alma escapa por las hojas antes de que la consuma el fuego. Y empiezo a rellenar páginas de letras pendientes y me sale una historia inconclusa de árvores, árboles de vidas, árvores da Ciência, do Bem e do Mal, que comienza con Carvalho, un pequeño lugar que ocupa un gran espacio en mi remembranza y al que llevo todas las vivencias que almaceno. Es curioso cómo todos los nombres tienen una lógica natural, el lugar de mi recuerdo está lleno de olivos y viñas con chaparros entremedias, como las palabras no escritas entre las hileras de mis letras. En castellano el nombre real viene a significar robledal. Es  hermoso.
El chaparro es una mata de encina o roble de poca altura, pero aquí, en mi memoria infinita, donde olvidos y memorias cohabitan, también se le llama así al propio roble adulto, quizá porque a ojos vista de la inocencia no perdida, un arbusto es el árbol que sueña que es.
Recuerdo verso Olvido,
su eterna lucha es mi sí-no

Afortunada-mente es hora de ir marchándose. Lo siento, dejaremos los cuentos de mi vida para otro momento. Ahora toca despedirse por algún tiempo, para disfrutar septiembre. Ya llegará Octubre y la autodestrucción en dónde no habrá mucho que contar, en dónde Siempre es 26, eso canta Omara Portuondo, que con llagas profundas se va escribiendo el destino. Pero yo, como siempre, me anticipo, pues aunque la tristeza sea un fraude, a veces consigue engañarme y la creo, cayendo en la trampa.
Y caigo. Caigo tan lentamente que siento cómo cada partícula de profundidad me roza. Y cada roce es un recuerdo. Y diría que cada recuerdo es una caricia, si no fuera porque algunas memorias acuchillan. El recuerdo trae el pasado al presente de tu ausencia. El futuro, la desesperanza. Chillida lo situó metido en el mar, mirando lontananza, y de espalda a la conversación entre presente y pasado. Algún día una ola se lo llevará, ésa es su esperanza desesperanzadora del futuro. Y lo hará mientras suena una triste sinfonía de Bach.
Y caigo. Y en algún momento cesará esta dulce caída...
 “En la estación, junto al fracaso y la esperanza, cambio de piel: Metamorfosis con dolor”.
Como no podía ser de otra forma es una canción de Doctor Deseo.
Cuando viajo, siempre sueño que acabaré en la estación de Carvalho. Una voz nasal cambia mis monedas por un billete de regreso a ninguna parte, de regreso a la mierda. Retengo esta voz. Este momento del tránsito me gusta, siempre me han cautivado las estaciones, los puntos de origen y de partida.
Recuerdo (vuelvo a hablar como las viejas) que con la vuelta de comprar el billete nos hacíamos con la única golosina de la semana. Y mientras tú desgastabas el dulce, yo me inventaba las vidas de los rostros que llamaban mi atención, comprobando cuán diferentes eran el resto de niñas de nosotras y dando gracias al dios de los uniformes de colegialas por mitigar las diferencias más superficiales. También retengo algunas pecas graciosas en una cara difusa que pasa rápido, como los olivos de las cunetas ante las ventanas del tren. Y, por supuesto, tu sonrisa. Permanezco anclada a nuestro mundo de entonces mucho más tiempo del que relatan en su circular empeño las manecillas del reloj que se regodean de su tristeza ajena que es la mía propia. En monótono chismorreo andan estas señoras enlutadas que me rememoran a las tías de “El Mochuelo”. La más joven, delgada y alta, sin perder el hilo de su quehacer cacarea sesenta veces seguidas: tic. Tras lo cual, la mayor, regordeta, tranquila y enlutada también, da grandes y lentas zancadas mientras asiente autoritaria una sola vez: tac. Ambas me miran impasibles como se mira a una sobrina díscola que no aprende de la fatalidad advertida. De vez en cuando, un amable señor resurge de su segundo plano, correctamente ataviado con traje y sombrero negro e interviene a mi favor y sentencia el paso hacia la cuenta adelante mediante unas campanadas. ¡Qué hermosos son los relojes de  las estaciones!
Es mi autodenominado momento “Stand by”,  autoconsumo en espera, en el que a la par que voy cerrando los ojos, suspiro por los paradisos perdutos en los que me dejo caer. Y sigo cayendo. Y a esas edades me cautivaban las historias de Dickens y su justicia poética, creía en la bondad natural.  A estas edades me cautiva Dickens, pero no creo en la justicia y sí en la poesía y en la maldad natural. Caigo en la vieja dama, Miss Havisham, y la vicio, moldeándola a mi antojo, porque es una puta resentida, como la vida, y no tolera el color de las grandes esperanzas en los ojos de enfrente. Y comienzo a soñar y soñando te recuerdo:
“Entre sus largas uñas rojas estrangula la boquilla del cigarro que se lleva a unos labios grotescamente desdibujados en rojo, la sonrisa triste del payaso. Y aspira el humo y extermina el cigarro de una sola bocanada, y uno se echa las manos a la barriga porque teme que sean las propias entrañas lo que la vieja haya inhalado. Y si la repulsión es mucha, se acrecienta cuando expulsa el humo que, vaga sombra de la nube que fuera hace un momento, se difumina entre su rostro perdiéndose en las infinitas arrugas, caudales secos de lágrimas, manantiales profanados de risas. Y uno echa a correr sujetándose sus adentros, y siente cómo la legañosa mirada lo pudre todo a su espalda. Pero huimos antes de que nos alcance el aliento de la fatalidad. Esta asesina es una víctima de sí misma. Oh, Miss Havisham, algún día te haré una canción que te hará bailar en tu noche de bodas, nos emborracharemos y te libraré de tu tortura, pero ahora llevo prisa, huyo de ti y, para aligerar el peso de las alforjas voy soltando cajas. Porque el dolor pesa, pero cohabita la misma caja que el amor, la caja perdida perfecta-mente localizada en el altillo del armario... Pesa tu pérdida, pero está guardada junto a ti. Pesan tus dientes de leche, pero están unidos a tu sonrisa de anocheceres de verano. Pesa tu bote de renacuajos, pero nadan junto a tus ilusiones. Pesa la cajita de la bailarina, pero guarda tu música y tus vueltas sobre ti misma, a tu propio mundo. Pesan tus libros, pero guardan tus tardes lluviosas. Pesan tus primeras trenzas cortadas, pero enredan tus sueños de entonces. Pesa lo que no dije, pero agarra la mano de todas las palabras engendradas. Pesa la culpa. Pesa el recuerdo, pero sin él te olvido... Y me olvido. Y en la huída no soy más que humo.
(¿Es a esto a los que os referís los profetas de la levedad? ¿Os habéis embriagado de felicidad bebiéndoos de un solo sorbo vuestro Carpe diem?)
Arrojando cajas me deshago de todo cuanto soy. Tal vez sea momento de abrirlas y dejar que su contenido se dirija al lugar secreto, al paraíso perdido. Un alto en la huida para mirar a esa pobre zorra, porque son mis ojos los de enfrente, son mis ojos los de las grandes esperanzas, que, tras apartar la telaraña de los suyos, miran a lo venidero. No hay propina para el barquero, no por ser bonita, que también, es que me he andado lista, he abierto los ojos justo cuando sueño que estoy cayendo. Me reúno con mis tesoros.”
Al despertar, la impersonal voz nasal anuncia sin cesar trenes de salida, donde en cómodos sillones de clase preferente viajan los esperanzadores sueños. La misma voz anuncia las llegadas de los sueños abandonados hacinados en oxidados vagones, junto a la chatarra, corroyéndose de pena, al igual que yo cuando te digo “¡vamos, es el nuestro!”.
Inmutable esta realidad en que me hallo. Vuelvo a cerrar los ojos sólo por supervivencia impidiendo que las lágrimas no derramadas conviertan la estación en puerto. Recuerdo a mi personaje preferido de la adolescencia: “El mar es el cementerio del castillo de If”. Así pues, en la estación de If, los sueños abandonados son una bala de cañón de treinta y seis atada a mis pies. Soy mala nadadora, pero con este adorno a rastras queda garantizado el no resurgir a flote. Comámonos el llanto pues. Mejor, el riego a manta del cultivo interior. Lo onírico y lo real amigos de borracheras. “Las ruinas de un adiós” y el cansancio. Como siempre, las regiones del cariño, son el trayecto. A ver si al final te encuentro. Amenaza el desbordamiento en mi mirada mientras siento tu destello fugaz entre los dedos: tu tacto. Un sueño de paja1 que al sentir mi tacto escapa.

1.       Expresión robada (me permito el lujo de presuponer el con-sentimiento).

domingo, 23 de octubre de 2011

Novios de contexto.

“Me sobran motivos pero me faltas tú sobre la cama y ahora las calles están llenas de bandidos cuando necesito de tu madrugada”. De haberlo sabido de Quique González.
Si me embarga la tristeza, para saldar mi deuda, le dejo las llaves de la casa de mi corazón como dación de pago y me voy a darme un homenaje y bebo como un camionero, porque ya nunca más podré hipotecarme, pero así no renuncio a ser una niña que quiere invitarte a “un día de feria en mis labios e ignorar a algunas niñas, que mira, no tienen pelo en el corazón” (de Carlos Chaouen).
La Tacheles es una casa okupa mítica berlinesa dónde ahora sólo hay exposiciones temporales de algunos artistas. De un vistazo elijo el pequeño cuadro que querría en caso de poder querer, pero antes de ver el precio, la vista se me va a otro, más grande y vistoso: el torso desnudo de una mujer sobre fondo rojo, su cabeza es una pecera dónde dan vueltas dos carpas naranjas alrededor de una planta marina de plástico. Sonrío con ruido de ironía y atraigo al italiano creador de las obras:
¿Te gusta? pregunta en ese acento tan peculiar. Me ha escuchado hablar con la amiga y conoce mi idioma porque ha veraneado en las Palmas.
Me parece curioso ¿Se supone que ese es el ma(l)r de amor que tenemos las mujeres en la cabeza?Y le estoy provocando consciente-mente y, a pesar de que suelo ser tímida, esta es una ocasión en que pongo a prueba mis facultades tocapelotas.
Bueno, una vez una chica… y continúa diciendo cosas que prefiero retener para luego, cuando entre en escena el director de escenas, que ya está familiarizado con todas y las ponga en orden.
Tranquilo. También he tenido un amor en la pc-ra de mi cabeza, pero es un mar con más memoria (ram), más personajes, escenarios, y horizontes más lejanos que el cristal engañoso del tuyo digo utilizando una vez más mi chiste, pero no creo que a simple voz capte el matiz, la escritura se me ha hecho indispensable a estas alturas en que no estás tú a pesar de que sigo utilizando un lenguaje común Es el precio que hay que pagar por conformarse con los novios de contexto.
El precio… Es negociable.
De acuerdo digo señalando el cuadro que elegí al principio, quiero ese, el de la noche… berlinesa.
Y él, descolocado por mi elección, me lo envuelve junto a una pequeña escultura de un caballito balancín, anotando su dirección de correo en el envoltorio. Tengo una cita incierta en Budapest. Debe ser una ciudad bonita.
¿Qué son novios de contexto? me pregunta. Y yo me río, pues ya decidí dejarlo para luego.


Voy a ponerte contento con mi texto:
En el teatro del siglo de oro,
siempre entran en escena dos parejas de amantes.
Nosotros ni seremos nobles ni nos haremos de oro.
Pero participemos aunque no ganemos,
nos amaremos en papeles de segundos,
pues no somos protagonistas
y los minutos  y la nobleza están fuera de nuestro alcance.

Novios de contexto:
Cuando sea mi cumpleaños y ya nos hayamos cansado
de descubrirnos  cuán maravillosos somos, el  uno en las narices del otro,
el sexo decaiga en rutina y en su caída por fin se haga polvo,  
siempre puedes hacerme un montaje con algunas fotos,
esconderé  las de cuando era chica,
tenía el pelo corto y mellada la sonrisa.
Se me ocurre que puedes culminar la presentación power point
con una fotografía de un beso lejano y con un viaje de regalo.
Yo esperaré a que acabe la pantomima
y te besaré sólo cuando así lo marque
la finalización de las notas musicales
para que todos lo noten
y nos den matrícula
de nota
con un aplauso
y un gran Ohhhhhh generalizado.
Se me ocurre quizá
que también podemos casarnos.

Amantes de pretextos pro-textos:
Dos desconocidos que seguirán siéndolo
se sonríen y se desean en un intercambio fluido
de tacto que converge en el contacto.

Novios de contexto:
Mi padre y el tuyo acordaron los regalos,
¿Es un acuerdo del que preferiremos no acordarnos, recuerdo?

Amantes de pretextos pro-textos:
No soy tu alma gemela, tal vez ni melliza,
ni siquiera hermanastra.
Has llegado tarde a la cita,
tu media naranja puede que ya esté exprimida
y te encuentres sólo la monda y los huesos,
tal vez, algún beso.
En el mundo somos tantos millones de personas…
Si fuera cuestión de elegir, elegiría a mi vecino de planta,
para ni siquiera tener que coger el ascensor si deseo verlo;
Si fuera cuestión de elegir, elegiría a mi vecino de árbol,
más aún, de rama.
Así, si él fuese melocotón,
yo, como mucho, injerto
híbrido de su especie y la ciruela,
tal vez nectarina.

Líbame el néctar.
No. No es cierto.
Si fuera cuestión de elegir,
seguro estarías en cualquier lugar no común
al que yo elegiría no ir.

Novios de contexto:
El polvo del sábado por el acumulado durante la semana.
El desayuno de domingo por el ayuno diario.
Ella con el Hola entre manos, tú con el As en las tuyas,
recordando otra saliva.
Libertad adulterada,
Con-fianza condicional a que tú no hagas nada
y con dos copas de más no prefieras a cualquiera,
como canta Sabina.

Amantes de pretextos pro-textos:
Yo que no quiero ser tu musa,
quiero un amor en pie de guerra,
con el lápiz desenfundado te reto,
poetas de tinta caliente y sangre de hielo,
que se dan por vencidos y vencedores
cuando la cosa se pone dura,
excitándose en la contienda
satisfaciéndose en la trastienda.

Novia de contexto a chica fuera de tiesto:
Las amigas se casan, niña. Todas. Es lo que toca.
Ni media palabra más. Ni un cruce de palabras
ni un descruce de caminos.

Poeta de contextos a novia de contexto:
Ni media palabra más. Ni un cruce de palabras.
Ni un descruce de caminos. Yo ya tomé el mío.
Nunca más me meteré con los novios de contexto,
que un día se quedaron inmóviles figuras sobre la tarta
que se comen los invitados espectadores.
Pastel de boda, pastelosa soga de nata y merengue,
si solo es porque toca  dar el salto,
entonces podríamos sólo saltar a la comba,
o tal vez, sólo ahorcarnos.
No me hagas caso, estoy tocada,
del ala,
tal vez en breve seré alicaída.
Son hermosos vuestros tocados del pelo,
novias de contexto,
un pretexto para nosotros, poetas,
que nos cansamos pero no nos casamos
con las musas cuando ya no las usamos.
Pero me guardo las letras en este congelador de mi cabeza,
para el autoconsumo cuidado, sin romper la cadena del frío
y aun en caliente ser buena amiga.
Te doy la enhorabuena.
También te la daré cuando te embaraces porque es lo que toca,
porque el arroz se pasa mientras su barco continúa perdido.
El mío estuvo encontrado siempre,
pues mi nombre tiene un mar en medio
y conozco cada uno de sus tesoros, naufragios y habitantes.    
Yo solo tiro porque toca,
los dados por la borda
o los granos de arroz que se han pasado.


Y si algún día te extraño en una piel extraña,
y pienso en ti como novio de contexto,
y me surge la duda de si fue tu erección
alguna vez de cartón piedra,
daré gracias al director de escena,
por poner fin a nuestra interpretación a tiempo
antes del minuto en el noble reloj,
amantes de segundos.
¡Corten! ¡Apaga y vámonos!
Se cierra el telón.

Y entonces salen ellos, que han visto toda la obra, pero son anacrónicos y no entienden de nuestros tiempos y nuestra crónica:
Ella viste un abrigo rojo y tiene en el pelo tanta nieve como él. Ambos tienen la piel de melocotón y huelen al mismo jabón. Él coge el bastón con su mano derecha y ella hace lo propio con el suyo en su mano izquierda. En medio de ambos, sus manos entrelazadas. Y así, con sus seis extremidades y su principal apoyo, se alejan intentando acompasar sus ritmos para decir adiós al unísono, haciendo enmudecer al director sabelotodo. Igual se han conocido en el teatro, pero ya caminan como si hubieran pasado juntos toda una vida.

Réquiem por una bici.

Paco, el campesino español, por el que se escribe un réquiem que sus enemigos pagan, tenía un potro. Yo ya no tengo bicicleta. Habré de buscarme otro espíritu indómito.

Perdida la esperanza en que sólo fuera un secuestro express,
sostenida la presión por la válvula de mi olla (y de sus idas),
para que no se me escape nada de este desaguisado,
te doy por desaparecida pues no recibo llamada por tu rescate.
Y porque no estás de cuerpo presente,
te ofrezco esta liturgia de réquiem.

Rallando al alba los incisivos de la noche
que se muere
de envidia
por no seguir la juerga al llegar el día,
voy en tu busca,
pues siempre hacemos juntas 
el camino de vuelta a casa,
con lo puesto,
sin perder prenda importante en las andadas,
con el bolsillo de la camisa intacto
aunque tocado el monedero,
saldadas las deudas,  
reavivadas las heridas ya sin cura
que a falta de pus, alcohol supuran.
En concreto, dos cicatrices de viejas guerras
que me dejó una hermana tuya
cuando de chica aprendía a domarla.
En la rodilla y en la frente.
Ambas me recuerdan un dolor ya domesticado,
por eso nunca me arrodillo en reverencia
aunque aún no he aprendido a no ir de frente.

Pero me desvío,
al amanecer debiera comenzar el pedaleo,
un  ejercicio de fe para expiar los excesos,
engrasar las cuentas del rosario de la aurora
con el que rezamos la cadena malsonante de milagros
cuando hago los cambios de marcha,
y los platillos chirrían riéndose incluso de los arrepentimientos
por los platos rotos,
aun cuando ya no queda nada de la vajilla de mi ajuar,
e intentamos no descarrilar por nuestro carril
poniendo freno a tiempo
aunque zigzagueemos por no ir rectos
y a veces, vayamos de culo.

Pero este amanecer es diferente.
No estás.
Eras la víctima fácil,
vieja niña oxidada, vestida de rojo,
recompuesta por piezas de segunda mano,
hasta que llegaste a las mías,
las primeras manos para las que fuiste mercancía de primera.
Te dejé atada a la farola que alumbraba tu sombra
que encendía el farolero de un mundo pequeño.
A él y a tu suerte te encomendé,
pero los sábados, este señor está de descanso
y tu suerte debe ser tan puta como la mía,
que apuesta por el mal postor, volviéndose mala.
De modo que yo sólo me estaba marcando un farol,
mi jugada es débil y no escondo una mejor.
No estás.
Madrugada difícil de digerir.
Encojo los hombros cerciorándome de tu ausencia
y de mi sobriedad repentina,
dando algunas vueltas sobre ella
y sobre mí misma.
Vuelta, vuelta,  vuelta,
giro, giro, giro,
es el baile a la música del movimiento derrotación
derrotada por la inclinación de mi eje,
que me asegura este desequilibrio precario,
culmino la noche y comienzo el día.

Espero que la vendas bien, ratero.
Aunque vieja, es una buena gladiadora,
que sabe de las estrategias cuando tocan cuestas arribas.
Yo voy a vendarme otra herida que no sangra
me vendaré los pies,
iré caminando a casa,
con Soledad
hasta que me salgan llagas
por su rozadura,
que de tanto roce
le he cogido cariño a esta puta
que presume de ir sola
aun cuando siempre va en mi compañía
Penitencia por mi imprudencia
y mis malas apuestas por la buena fe.
Hoy no podría interpretar a  ET
ni subir a la luna,
aunque siempre esté en ella.
Si fuera piraña mi verano no sería azul
 y habría de morder verdes algas
en lugar de la carne cruda.

Cutre ratero, no la descuartices y la vendas como chatarra.
Sería una ofensa y entonces buscaría la vendetta
con V de vagina tocada o de vainas,
que enfundan y desenfundan mis armas blancas
y las más oscuras.
Congregaría a todos los infieles para tu condena
en esta plegaria
desplegando un réquiem,
por la pérdida de la bicicleta
por el no encuentro de valores perdidos.

Ego non te absolvo a pecatis tuis in nomine mío, Barrabás.
Ojalá mil manillares sin mangos te embistan la carne desnuda,
ojalá mil cadenas desengrasadas te encadenen a latigazos
y dos mil pedales te den patadas en los riñones,
y mil sillines te den por el culo si intentas sentarte,
y mil juegos de platos acierten al tiro contigo,
con desenfreno,
y dos mil ruedas dejen en tu cuerpo las huellas del atropello.
Te estoy crucificando en mil cuadros diferentes y ninguno es bueno.

martes, 18 de octubre de 2011

Abrázame II

Todos los años te traigo un regalo de vuelta de los viajes. Si un día, pongamos, como hoy, en lugar de regalarte piedras de tierras lejanas, hallara aquello que más ilusión te hiciera, entonces... Entonces: ¿Sería diferente?
Sólo hacen conjuros quienes saben de las palabras mágicas. Conozco a un pequeño mago del que he aprendido tres buenos trucos:
 “Coche, coche, coche… Tita, tren”. Dice mientras coloca los autos en fila india.
Paseando hacia la playa hacemos parada en todas las fuentes que nos encontramos al paso chapoteando en ellas al grito de guerra de “¡mira, otra fuente!”.  Así, cuando llegamos al mar, dice “¡Tita, la fuente más grande!”
Y yo me río encantada por su descubrimiento. Entonces me tira de los pantalones para que agache mi vista a su altura y me dice “brazos” y no me queda otra que atraparle al vuelo en un abrazo de oso al que él se cuelga como un pequeño mono.
Pues eso: Mientras se me pasan los trenes yo miro la fuente más grande y te pido brazos. Y aunque no te gusten mis regalos, seguiré dándotelos. Como mi beso de cada día.

viernes, 14 de octubre de 2011

Contrabajo y pandereta.

“Ey, hombre de la pandereta, tóqueme una canción. No tengo sueño y no voy a ninguna parte…” Mr Tambourine Man de Bob Dylan.

Con el agridulce de una despedida en los labios y una ciudad como Berlín aún  en la retina, con la expectativa de una nueva huída me hallo con los países bajos bajo los zapatos, bajo el nivel del mar o aún más abajo, dónde cueste respirar. En una ciudad hermosa, pero con poco viajero y demasiado turista, me entristezco sin razón y justo te encuentro, poniéndole música a mis adentros.
En tus  manos el contrabajo, la pandereta en tu zapato de suela rota que me saca la lengua y la lengüeta, mientras golpea el suelo haciéndole burla a mis rarezas.  Recorro años de oscuridad por tu roído traje de luto correcta-mente planchado, no así tu rostro de mil arrugas, canales naturales por los que la expresión se desborda. Y ahí está tu voz dulce bajo el bigote de Cantinflas, pequeño gran personaje, contra intrépidas e inesperada-mente maleducadas bicicletas, contra el ruido del tranvía y los  coches en segundo plano, contra el pum-pum-pum con que se concentran los malabaristas modernos. Entonces me acerco, y lo que escucho no tiene el precio de las monedas que te echo, pero es mi única manera de mostraros mi respeto y aprecio, hacedores de música callejeros.
―Thank you, lady ―dices con tu gran sonrisa que me recuerda aún más al actor mexicano.
―Thank you a ti ―respondo mientras me llevo la mano a la boca, pues me doy cuenta de mi inadaptación a los cambios. Acabaré extinguiéndome.
―”Eres el sueño de mi soledad…” ―entonas. Y a mí se me quitan un par de tonterías.
Es curioso, a veces existe la justicia poética y recibimos cuanto damos pero, como dice la canción de Drexler, transformado, se cierra el círculo y retorna a mí. Se pone en marcha la rueca:
Cambio: tu canción limosna para mis monedas, unas miserias.
Cambio: monedas por cafés que desafían a la noche y dependientas de caras desencajadas que contemplan cómo pagas vaciando tu monedero, un viejo calcetín como el que los críos cuelgan de las chimeneas en las noches buenas. Hoy será una buena noche aunque no sea de reyes, en que San Nicolás me regalará un lego de inspiración para que yo construya lo que quiera, así que invento este muelle dónde llevar a cabo el trueque: canción por poema.
Escribo
encadenando letras en fragmentos
que descuartizan cuentos de viejos
músicos y niñas perdidas,
de exiliados argelinos apátridas
que nunca regresarán a sus tierras,
ni guardarán duelo por sus muertos
ante sus inertes presencias.
Escribo
algo remota-mente  parecido a la poesía
de tus manos  desgranando un cogollo de maría
dejando en tus dedos la resina
mientras me cuentas tu historia
y viajo contigo en alfombra voladora,
más cómoda que la bicicleta o la escoba.
Escribo.
Pero es la hora de mover con trabajo mi pandero
hacia “la España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María”
para encontrarme con el mañana efímero de Machado
 y ver el éxodo silencioso de amigos que buscan un dorado
en busca de la pepita que garantice la supervivencia
pues la Pepa, cansada de ser la puta de unos y otros,
decidió casarse con dios,
hacerse monja de clausura en su convento conservador
y ya sólo sabe hacer la rosca de San Froilán,
y Pepé está a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, aquí seguimos,
parados, en esta quietud sin esperanza
hasta que decidimos abandonar.

Y escribo por tu huída de la muerte segura
y por mi vuelta a esta insegura vida.

Ey, hombre del contrabajo y la pandereta cánteme otra canción, no tengo sueño y me he quedado sin dinero, pero sólo necesito soñar para volar a otro lugar.

Que me gustas, coño. O que me beses que se extinguen los chanquetes.

“La noche se ríe de los dos”;”Todo lo va llenando la noche, todo lo enamora la noche”.  Txarrena en Azulejo Frío.

Que el juego de la seducción divierte
y que hoy es mágica noche de viernes.
Que no me voy a pintar maravillosa,  
que no,
que también soy patética
pero no uso maquillaje y voy a cara descubierta.
Que no me voy a poner tacones ni contonear caderas,
que no elegiré el mejor sujetador del tercer cajón
de mi mesilla de noche,
que no tengo mesa
pero si el monopolio de la noche
con quien echo un monopoli
y cuando me gana dejo de hablarle
pues ante su voz susurrante
yo enmudezco.
Que me gustas como en el facebook,
que contra el muro te fundiría.
Y si eres tú quién me fusilas hazlo de cerca,
que el trabuco siempre fue arma de distancias cortas,
con tu aliento en mi nuca,
que no te lo he dicho nunca
pero ven,
acércate,
te diré cómo beso cuando llegan las ganas y me pillan sola.
Que esta poesía tiene rima si te arrimas
y si no me salen consonantes,
de la boca me saldrán vocales
asonantes o malsonantes,
porque extraordinaria-mente seré ordinaria
en su justa medida,
que si hago aguas me ahogo en ellas.


Que chanquete era un pez,
o un pescaíto frito con cañas y al solecito,
pero no ha muerto,
se ha extinguido
fin-finito
por culpa de poetas desalmados
que cuando cierran el bar de mala muerte,
acuden al mar abierto,
moribundos
con la birra del sábado bajo el brazo
a echarles bocadillos de corazón y poemas a los peces.
Pero siempre son las migajas del mismo,
el corazón se pone duro
y el pan se enmohece,
oxidado por tanta sangre.
Y de la poesía qué decir,
ella tiene la culpa de todo.
Los pobres peces aprendieron al pié de la letra,
pues no entienden de metáforas,
que follar no es cosa de dos,
en el mismo sitio y a la misma hora,
como dice la canción.
Que basta con correrse en los huevos,
lo pusieron en práctica y de ahí su extinción.
Es escuchar unos versos y como locos saltan a tierra
ahogándose en el aire cual lemmings inversos.
Que no quiero extinguirme sin follarte.
Que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina.
Que seguro que al girarla me rajo con sus aristas.
Que con mi suerte el fin de los días me pilla en pleno vuelo
y he de montármelo con el piloto
aunque sea el autómata automático y se queda sin pilas.
Que si amanece un nuevo día
con una segunda oportunidad,
seremos nosotros quienes le demos la sorpresa
aullándole al sol la bienvenida.
Que si reniego de ti dos veces,
citándote y luego no,
¿te excito?                                                                       
Que si vuelvo a hacerlo una vez más,
a la tercera que va la vencida,  
¿me confundirás con Pedro
porque tengo las llaves del cielo
que te abriré cuando dejes de estar en el limbo?