Fuenteovejuna* es un ser
misterioso del que cuentan sus diferentes andanzas en muchos lugares a la vez, omnipresente.
Pero no me lo confundáis con ningún dios, es más… ¿Cómo diría yo? Más del
pueblo. Es una oveja insomne, bala perdida en esta noche de tormenta de verano
para que te encuentres un bonito día. Me
gustaría poder contar sus hazañas y que no solo queden en mi fantasía. ¡Qué
bonito sería!
Te
estás pudriendo y tu hipotálamo de serie b, de bestseller, no te da la orden de
huir de ti. Te quedas absorto contemplándote mientras envejeces. En primer
plano la uña del dedo gordo del pie apoyado en la mesita; y en segundo, las
imágenes del televisor. Si no fuera porque estoy triste, me reiría, tu pez-uña
boqueando fuera de la pecera de pantalla plana de 42 pulgadas, presentándote,
como un supuesto periodista imparcial y presunta-mente no comprado por la presunta
mayoría absoluta, el panorama mundial, dándote la noticia, escupiéndote toda
esa mierda de basura que os compone. ¿De verdad no te llega el tufo? ¿De verdad
crees que hay algo de verdad?
Cuando
era chica, me asusté una mañana en que me descubrí inmóvil rodeada de moscas. A
lo Novia en kill bill insté con mis ojos, lo único que al parecer
seguía con vida, a mis dedos: “Muévete. ¡Vamos, muévete!”. Y poco a poco empezó
la sublevación de mi cuerpo, respondieron, me hice con un tanque y maté a
cañonazos las moscas que me rondaban y cuando todas ellas cayeron rociadas, comprendí
mi error, prefería seguir siendo "la señora de las moscas", no
distinguir entre semejante nebulosa de ojos microscópicos a ver todas esas
cuencas secas de mirada que existen en tu mundo. Enloquecí, arranqué la granada
de mi tronco y, aún latiente, me la comí. Y estallé por dentro. Por eso siempre
estoy a la que salto. Por los aires. Ilusa, pensé que así me desharía de esta
bomba de relojería que bombea mi cuerpo de segundos, minutos, horas, semanas,
meses, años, lustros, décadas de momentos no elegidos de los que al final,
salvaré unos pocos si algún día tengo agallas para coger mis riendas. ¡Ahhhhh! Me
apasiono, me enamoro, cuando me desboco y muero por la boca. Y nadie puede
alcanzar mi crin o mi cola, no dispongo de silla ni bridas, para no sucumbir a
los ratos de debilidad en que me apeteciera abandonarme a la domesticidad y
dejarme cabalgar. No me alcanzarás, lazada, es más rápida mi rabia.
Pero
continúo. He de decirte que has sido fumigado por un gas, al parecer inocuo
solo para unos cuantos, que no morimos, no nos adormecemos. Resistimos, aunque
he de admitir que con una disminución progresiva de coraje, que nos hace
padecer un terrible insomnio, y dar vueltas desnudos en una cama de concentración
desconcertante. Eso no es consuelo.
A veces
preferiría ser uno de vosotros, un zombi, y no uno de los nuestros. No. Miento.
Me encanta reconocer a un semejante, con todo su peso sobre los hombros y
arrimarle el mío, mi peso y mi hombro, y lograr un equilibrio colectivo. ¡Ay!
Me sigo emocionando al ver todos esos pequeños Atlas con sus mundos a cuestas,
formando un ser único, mítico, Fuenteovejuna, huyendo del redil
de ovejas.
Pero tú…
Zombi,
caminante sin paso firme.
Crees
que la barbarie no está en tu hogar,
la
barbaridad es que lo creas,
la
barbaridad es que compres todo cuando te venden nada.
Crees que
el hambre no te comerá.
Crees
que no te desahuciarán la cloaca
que
habitas junto a las ratas de tu casta
y que
tendrán contemplaciones cuando también tú empobrezcas.
Que las
violaciones de la libertad es el precio a pagar
por
esta comodidad no sudada por tu frente,
no
luchada por tus manos y no ganada con tu sangre.
Si
fuera mi hijo, maldeciría a mis padres y abuelos
si me
viera rebuscando en la papelera de la caridad
las
sobras de los corruptos envueltas en papel de orillo.
Si la
multitud aprendiera algo de las migraciones de ñus,
no
temerían a un esbirro repartiendo palos,
la supervivencia
por inercia es algo instintivo que nos han arrebatado,
como el
lenguaje bélico, pues desconocemos de los señuelos
e
ignoramos que mientras la fuerza opresora se centra en algo,
quedan
abandonados más puntos flacos.
¿Que qué busco? Busco pelea.
Roja es
la sangre que en lugar de pintar banderas,
primero
ha de correr por las venas,
y en caso
necesario, por las calles y aceras.
¿Violaciones
de derechos tampoco pesan sobre ti?
Sólo a
ellos corresponden derechos de uso, disfrute y abuso
porque
es la ley del más fuerte, pero ¿sabes?
el más débil
con su desesperación dicta su ley,
y
entonces, se le ha de temer.
Y como
en una secuencia conclusa de Munch:
primero
la desesperación; luego el grito.
Y luego
la deseobediencia.
Por fin
la revolución ordenada.
¿Qué
estoy haciendo?
Lo
primero: Matar la esperanza del “a ver cuando pasa”.
Pasará
cuando les echemos a patadas,
sino,
no pasarán más que por nuestros culos,
al
principio prietos,
cuantas
veces quieran.
Una y
otra vez, y cada vez el agujero más
holgado.
Los
actos desesperados son heroicos,
valientes,
apasionados.
Porque
si las masas no se rebelan merecerán ser masacradas1.
¿Y qué
si me gusta arder
y solo
tengo una cerilla que se prende
con las
tormentas de las noches de verano?
Bailaré
pues, insomne, al son de la balada perdida.
Esperando
que se produzca el disparo de salida
yo
entienda el mensaje en clave
y te
haga una declaración de amor cuando me digas:
—¿Sabes
quién soy? Soy quien se levanta en la noche, cuando no es necesaria la capucha
pá la lucha, soy quien pinto los muros de blanco, un lienzo para que en tus
sueños partas de cero, escribiendo tus letras. Las mentiras a la fosa común.
Soy quien coge el fusil para defenderme, incluso, de mí mismo. Soy de los que
no dan tregua y no temen ser pasto de alimañas en las áridas cunetas de ésta,
nuestra tierra.
Y yo
responda:
—¿Sabes
quién soy yo? Tampoco importa demasiado, seré anónima, pero cógeme la mano,
tengo una primera piedra que tirar a cara descubierta. ¿Y sabes más aún? Estoy
enamorada de ti, pero no quiero que tengamos un hijo y que esta lucha, tan
solitario emprenda.
1. Una licencia poética, exageración
de “pisoteadas” por si me tachan de apóloga de alguna fábula (valga la
redundancia).