“Mi niña de siempre, quizá tú
seas lo indispensable, querida, cierta, y puta soledad… Atrapado en tu silencio”.
Al amanecer no me dejes.
Déjame un mensaje en el espejo,
con indeleble,
que yo soy una endeble y se me
olvida que te quiero
cuando se levanta la noche y me
enseña el culo.
Y entonces me hundo, la cabeza en las sábanas,
y vuelvo a la oscuridad de la cripta*,
a los vasos vacíos* de las
canciones llenas
que nos ahorran las palabras de amor,
evitamos la libertad de
responsabilizarnos de ellas
y agotamos la libertad de abandonarnos al
delito,
ejecutarlas, ser los culpables de
estallarlas en actos.
Siempre radicalizando.
Está bien, no me pidas la mano,
estoy echándola con el diablo,
chalaneando y aún no ha acabado
la partida:
—Mi alma por un deseo —faroleo.
Pero ni puta la gracia que le
hace mi farolillo encendido,
que no alumbra nada más que la
lucidez de Lucifer,
mi avernal 1enemigo, conoce mis trucos de trilera torpe.
Y cuando exige el aval de la
apuesta, le intento convencer,
que entre los dos, tú y
yo, sumamos uno,
veinte monedas antiguas y alguna
gracia,
muchos sentidos y poco del común.
Algunos poemas.
Todo ello pesaba más que mi alma.
Aposté con lo puesto y con lo
quitado (a ti), pero ¿preferirías tú las monedas al billete de ida de mi alma? No. Tú no eres buen
ejemplo, no eres imparcial y eres caprichoso, te gusta la calderilla, el tintineo y el peso, un tesoro en el
bolsillo, pero también te gusta lo otro. Él coge su lupa, su balanza de
usurero y, poniéndose una nariz y un rodete de vieja zorra, me pregunta con
sorna mientras deposita cada prenda:
—¿De dónde naciste?
—Nací de una mujer —dije
desconcertada—, mi hacedora de orejas.
—¡Bah, caca de la vaca2, naciste de un montón de mierda! Una
vaca te cagó.
—Ni tan mal —respondí subiéndole
el tono al miedo y convirtiéndolo en enfado—. Hasta en eso hay una belleza
sublime, noble como los ojos de las
terneras. Nunca me molestaría. Más bien al contrario, al estar al abrigo del calor y algo tan familiar como el hedor
del estiércol. Así pues, a falta de un útero materno, bien me quedaría con este lecho.
—No tienes arreglo —concluyó. Y
soltó su última carta.
Un naipe de amor y muerte, ¡qué previsibles estos videntes!
Y tú…
Ah…
No me mires mientras sueño,
me saboteas el juego,
estoy perdiendo,
babeo con tus bailes y me excito
con tus cuentos.
Bailabas acercándote
y me quitabas el vaso para darme
de beber.
Y ahora,
ya en presente,
porque estás al alcance,
aquí,
por fin has llegado,
desde el taburete,
alcanzo con mis piernas a rodear
tu cintura.
Y te atraigo. Y te beso.
Es tarde.
Ya estoy ardiendo.
*. Son solo notas musicales, una llamada personal para el recuerdo (volver a pasar por el corazón).
1. A-vernal: palabra inventada ¿Si vernal es primavera, el invierno es un infierno? Qué oxímoron tan bonito.
2. En el “Valle de los avasallados” de Réjeam Ducharme, libro
inspirador de la película Léolo, Bérénice no para de decir “caca de la vaca”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario