martes, 6 de agosto de 2013

Zombis versus Fuenteovejuna


Fuenteovejuna* es un ser misterioso del que cuentan sus diferentes andanzas en muchos lugares a la vez, omnipresente. Pero no me lo confundáis con ningún dios, es más… ¿Cómo diría yo? Más del pueblo. Es una oveja insomne, bala perdida en esta noche de tormenta de verano para que te encuentres un bonito día.  Me gustaría poder contar sus hazañas y que no solo queden en mi fantasía. ¡Qué bonito sería!

Te estás pudriendo y tu hipotálamo de serie b, de bestseller, no te da la orden de huir de ti. Te quedas absorto contemplándote mientras envejeces. En primer plano la uña del dedo gordo del pie apoyado en la mesita; y en segundo, las imágenes del televisor. Si no fuera porque estoy triste, me reiría, tu pez-uña boqueando fuera de la pecera de pantalla plana de 42 pulgadas, presentándote, como un supuesto periodista imparcial y presunta-mente no comprado por la presunta mayoría absoluta, el panorama mundial, dándote la noticia, escupiéndote toda esa mierda de basura que os compone. ¿De verdad no te llega el tufo? ¿De verdad crees que hay algo de verdad?

Cuando era chica, me asusté una mañana en que me descubrí inmóvil rodeada de moscas. A lo Novia en kill bill insté con mis ojos, lo único que al parecer seguía con vida, a mis dedos: “Muévete. ¡Vamos, muévete!”. Y poco a poco empezó la sublevación de mi cuerpo, respondieron, me hice con un tanque y maté a cañonazos las moscas que me rondaban y cuando todas ellas cayeron rociadas, comprendí mi error, prefería seguir siendo "la señora de las moscas", no distinguir entre semejante nebulosa de ojos microscópicos a ver todas esas cuencas secas de mirada que existen en tu mundo. Enloquecí, arranqué la granada de mi tronco y, aún latiente, me la comí. Y estallé por dentro. Por eso siempre estoy a la que salto. Por los aires. Ilusa, pensé que así me desharía de esta bomba de relojería que bombea mi cuerpo de segundos, minutos, horas, semanas, meses, años, lustros, décadas de momentos no elegidos de los que al final, salvaré unos pocos si algún día tengo agallas para coger mis riendas. ¡Ahhhhh! Me apasiono, me enamoro, cuando me desboco y muero por la boca. Y nadie puede alcanzar mi crin o mi cola, no dispongo de silla ni bridas, para no sucumbir a los ratos de debilidad en que me apeteciera abandonarme a la domesticidad y dejarme cabalgar. No me alcanzarás, lazada, es más rápida mi rabia.

Pero continúo. He de decirte que has sido fumigado por un gas, al parecer inocuo solo para unos cuantos, que no morimos, no nos adormecemos. Resistimos, aunque he de admitir que con una disminución progresiva de coraje, que nos hace padecer un terrible insomnio, y dar vueltas desnudos en una cama de concentración desconcertante. Eso no es consuelo.

A veces preferiría ser uno de vosotros, un zombi, y no uno de los nuestros. No. Miento. Me encanta reconocer a un semejante, con todo su peso sobre los hombros y arrimarle el mío, mi peso y mi hombro, y lograr un equilibrio colectivo. ¡Ay! Me sigo emocionando al ver todos esos pequeños Atlas con sus mundos a cuestas, formando un ser único, mítico, Fuenteovejuna, huyendo del redil de ovejas.

Pero tú…
Zombi, caminante sin paso firme.
Crees que la barbarie no está en tu hogar,
la barbaridad es que lo creas,
la barbaridad es que compres todo cuando te venden nada.
Crees que el hambre no te comerá.
Crees que no te desahuciarán la cloaca
que habitas junto a las ratas de tu casta
y que tendrán contemplaciones cuando también tú empobrezcas.
Que las violaciones de la libertad es el precio a pagar
por esta comodidad no sudada por tu frente,
no luchada por tus manos y no ganada con tu sangre.

Si fuera mi hijo, maldeciría a mis padres y abuelos
si me viera rebuscando en la papelera de la caridad
las sobras de los corruptos envueltas en papel de orillo.
Si la multitud aprendiera algo de las migraciones de  ñus,
no temerían a un esbirro repartiendo palos,
la supervivencia por inercia es algo instintivo que nos han arrebatado,
como el lenguaje bélico, pues desconocemos de los señuelos
e ignoramos que mientras la fuerza opresora se centra en algo,
quedan abandonados más puntos flacos.

¿Que qué busco? Busco pelea.
Roja es la sangre que en lugar de pintar banderas,
primero ha de correr por las venas,
y en caso necesario, por las calles y aceras.
¿Violaciones de derechos tampoco pesan sobre ti?
Sólo a ellos corresponden derechos de uso, disfrute y abuso
porque es la ley del más fuerte, pero ¿sabes?
el más débil con su desesperación dicta su ley,
y entonces, se le ha de temer.
Y como en una secuencia conclusa de Munch:
primero la desesperación;  luego el grito.
Y luego la deseobediencia.
Por fin la revolución ordenada.

¿Qué estoy haciendo?
Lo primero: Matar la esperanza del “a ver cuando pasa”.
Pasará cuando les echemos a patadas,
sino, no pasarán más que por nuestros culos,
al principio prietos,
cuantas veces quieran.
Una y otra vez,  y cada vez el agujero más holgado.
Los actos desesperados son heroicos,
valientes, apasionados.
Porque si las masas no se rebelan merecerán ser masacradas1.

¿Y qué si me gusta arder
y solo tengo una cerilla que se prende
con las tormentas de las noches de verano?
Bailaré pues, insomne, al son de la balada perdida.
Esperando que se produzca el disparo de salida
yo entienda el mensaje en clave
y te haga una declaración de amor cuando me digas:

—¿Sabes quién soy? Soy quien se levanta en la noche, cuando no es necesaria la capucha pá la lucha, soy quien pinto los muros de blanco, un lienzo para que en tus sueños partas de cero, escribiendo tus letras. Las mentiras a la fosa común. Soy quien coge el fusil para defenderme, incluso, de mí mismo. Soy de los que no dan tregua y no temen ser pasto de alimañas en las áridas cunetas de ésta, nuestra tierra. 

Y yo responda:

—¿Sabes quién soy yo? Tampoco importa demasiado, seré anónima, pero cógeme la mano, tengo una primera piedra que tirar a cara descubierta. ¿Y sabes más aún? Estoy enamorada de ti, pero no quiero que tengamos un hijo y que esta lucha, tan solitario emprenda. 

1. Una licencia poética, exageración de “pisoteadas” por si me tachan de apóloga de alguna fábula (valga la redundancia).

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