viernes, 11 de noviembre de 2011

Origami al sol

Admiro tus bragas bajo la ventana,
pájaros de colores tomando el sol,
dormitando en el tendedero.
Entonces recuerdo que, también yo,
fui ave de paso en paso, tal vez cuco
en la búsqueda de tu nido desnudo,
pero en lugar de poner mis huevos,
me distraje con la llave de tus aposentos.

Con mimo la giro y me abres la puerta de tus adentros.
Quiero más y poco a poco descubro las estancias de tu casa.
Me permito hacer reformas y echo abajo un muro
uniendo corazón y cabeza, obtengo un espacio diáfano.
Pero lo que más me gusta es tu patio de mi recreo,
que aunque se moja como los demás, es particular.

Pasa una nube por mis ojos de algodón de azúcar,
me relamo ante el dulce y antes de probarlo,
la nube se vuelve cenicienta y las hermanastras calabazas,
me muerde la lluvia ácida y suenan doce campanadas.
Me debato entre la huida o disfrazarme de caballero,
salvar todas esas alas mojadas colgadas del pico en la cuerda tensa,
y así, a tu vuelta, las halles en sus jaulas de oro con las plumas secas.
¡Cuál es mi sorpresa!
Al contacto con el agua entristecen sus colores y formas,
indefinidas como perdices y faisanes
de un bodegón de naturaleza muerta.

Entonces, caigo en la cuenta, es tu trabajo de papiroflexia:
eran grullas de colores colgadas para alegrar mis mañanas.
Pero al descubrirse el truco y desaparecer la magia,
tus papeles y yo, nos las vemos y deseamos en esta cuerda,
cada vez más floja, goteando palabras que estrujará tu seso.
Preferiría tener cien pájaros alzando el vuelo, un arcoíris en el cielo
y acurrucarme en tu nido y que me cantes mil canciones de deseo.

Pero ahora suena “que llueva, que llueva, la virgen está en la cueva”.
Y en lugar de hacer el amor bajo el chaparro,
sobre nuestros de-lirios de grandeza,
aguanto el granizo, estoico bajo el chaparrón
que nada tiene de azúcar ni de turrón,
igual me parte un rayo y me pega un trueno.
Agáchate, y vuélvete a agachar.
Ven. A estas bajuras, no me alcanza la tormenta.

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