lunes, 25 de abril de 2011

Poesía rupestre.


Poesía rupestre y sentimiento bruto. Hombre moderno y pintas de pintura.

En la edad de piedra me aburrí de la dureza y me puse blandita, intenté escribir un poema, y en lo profundo de mi cueva busqué una pared bien escondida. Cuando quise plasmar en la roca el dolor, sólo la manchó una lágrima que la humedeció. Intenté expresar la ira y al golpear la piedra la manché de sangre, deshaciendo mis nudillos y los enredos en ellos contenidos. Al describir el sexo y el deseo, de todos es sabido, pues ha sido así desde el principio de los tiempos, flujo y sudor.  En la guerra y en el amor todo vale, para mí, ambos son iguales, puedo por tanto, luchar contra ti a la vez que amarte. Me inventé el olvido y sólo descubrí el fuego, con el tizón conseguí un negro tiznón que no consiguió apagar las ascuas incandescentes bajo las sábanas de cenizas de mi memoria, la puta que todas querrían ser, muy muy selectiva y muy muy cara. Intenté la alegría de mi sonrisa y perdí unos cuantos dientes sonrientes.

De todos estos recursos retóricos me fui desprendiendo para ir más allá de la belleza en mi poesía y descubrir mi sueño. Como me daba miedo el descubrimiento, para defenderme o cazarle, me hice una lanza de punta afilada con la cuerda de mi cabeza y con el hueso de mi lengua que, desde entonces, quedó desosada, osada. Del intento frustrado de mi obra, solo quedaron manchas en la roca, cicatrices en la carne, sentimientos inmortalizados, de momento, eternos. Fosilizados.

Vienes tú, hombre moderno,  con tu visión universal de tu universo y solo puedes ver un cuadro de caza en mis colores primarios, en mis manchas, pintura rupestre en lugar de un poema. No adivinas que yo  sólo atrapaba un sentimiento puro para entregártelo en ofrenda. Si algún día pudieras entenderlo… Pero ese día aún no ha llegado.

Lo único que intentaba alcanzar era lo más extremo en los peligrosos bosques de lo interno, pero mi sino quiso que, al salir corriendo de aquel refugio, un alud de hielo congelara ese instante y me quedara inclinada a un milímetro de los afilados colmillos de un mamut, tan sorprendido como yo por este caprichoso dios del azar, una de las divinidades menores, más traviesas e inconsecuentes, pero de las pocas supervivientes.

Helada me quedé. Si me deshielas, dejaré de ser fría y sólida, pero lo pendiente jugará en mi contra, se hincarán en mi pecho sus incisivos, aunque no sea la intención de este elefante primitivo. No recuerdo qué descubrí para salir huyendo, quizá no huyera, quizá sólo buscase un poco de luz para llevarla adentro.

Ahora somos objeto de exposición, disecados ambos en un museo antropológico. A nuestros pies una leyenda: “Mujer primitiva cazando”. Ni el mamut ni yo tenemos el don de la palabra para desmentirla. Aquí, lejos del contexto de mi cueva, es normal que me creas cazadora y no poeta.

PD: Que alguien prohíba a ese crío levantarme el taparrabos, me está tocando mis primitivos ovarios.

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