jueves, 14 de abril de 2011

Vértice geodésico

Te gustan los lugares esdrújulos,
como mi nombre,
también un lugar donde recalar
al resguardo de malos vientos
cuando tu mala vela se torna traicionera.
A mí me gustan las palabras llanas,
como el pueblo,
que no me vota,
no me elige ni me lee,
no es mi (e)lector,
pero me re-bota,
como las tetas en mi ropa
cuando corro
de ti o de otros.

Es tu matemática una ciencia inexacta
Total es todo, total es nada”.
Todo es el camino,
nada es ningún paso.
Tu aritmética pierde las cuentas en mi métrica,
un mal cálculo propio de la imprecisión de mi oráculo,
sentencia un resultado equívoco,
pero no disponía de los parámetros necesarios
para despejar la incógnita
y los números siempre fueron complejos:

-          “La tristeza es un fraude”.
               Elige
               Ósculo o báratro.

No me engañes,
es la misma condena
y porque vuelo elijo el suelo
para dibujar círculos en la arena.

O

Me quedo al borde de la disyuntiva,
me has descubierto,
soy una moneda equilibrista al filo del agujero,
bailarina desequilibrada
que salta a la pata coja encima de una poza
Pero no anticipes mi caída,
ni fuera ni dentro.

O

La que no sé hacer con un canuto de caña,
con la que no pesco nada,
Tampoco me enredo en redes de deriva.
Menos mal que no estoy a su alcance,
me encuentro más al fondo
donde nadie emprende mi búsqueda, 
allí donde son necesarias las agallas
si uno quiere continuar con vida
aun cuando creía que había muerto.

O

Me quedo en el medio de tus alternativas,
no las mías,
táctica y estrategia.
A ti te gusta mi lírica,
a mí la épica.

Érase una vez que no fue más.
Desde un vértice geodésico
fui cartógrafa perdida en el dédalo de tu cuerpo, 
mis dedos desorientados dibujaban mapas a trazas.
Ya perdimos el norte de nuestras geografías,
nuestros universos han seguido en movimiento,
hemos cambiado los ángulos y las vistas,
y, aunque desnortados,
al sur nunca llegamos,
nos quedamos en este oeste,
quizá en aquél,
instante que ya ha pasado. 

Érase una vez que no fue más.
Coincidimos en el vórtice de una guerra
de fuerzas ajenas,
centrífugas y centrípetas,
que no nos deshicieron,
pero a punto estuvieron.
La supervivencia nuestra característica intrínseca.
Superviviente,
la estrella de los epítetos,
en esta obra sin prólogo ni epílogo.

Te parece anecdótico mi protagonismo,
que sea yo quien tenga el mango del látigo
y mi flagelación ordene al imperativo
y convierta al verbo en sumiso.
Quizá me tenías por un ser inseguro y tímido,
mi tono es gris, sí,
indefinida pero no insípida,
aún soy un ser sapiente,
tengo paciencia para barajar hipótesis
en esta ciencia
de sapos
y culebras,
bellas criaturas que salen de mi lengua.

Una cicatriz por cada Z,
de zigzag o de zorra, 
tras tus talones, Aquiles.
No fui yo,
siempre voy de cara,
para romperla o partírmela,
también me la partí cuando iba de culo.
Nunca dejé huellas
ni quise descubrir el significado de aquéllas,
tus letras,
tampoco que mi saliva las borrara.
Fue mejor mantener intacta la orilla de tu espalda.

Yo tampoco soy tu (e)lectora,
no es que carezcas de mérito,
pero conozco alguno de tus secretos
y mi pérdida nunca delataría el fraude de tu tristeza,
ninguna lágrima tropezaría en el rebate de tu párpado,
abriéndole la puerta al resto de compañeras prisioneras
para que, en noches de verano, salieran al fresco.
Tú eres más de tirar, con ímpetu, de la cisterna.


Mi tristeza también es una fraudulenta
que me defrauda cuando no me abandona
y no me deja en libertad incondicional
bajo fianza y con-fianza.
Si la denunciara, en el calabozo me vería con ella,
soy cómplice en este compromiso,
tenemos una relación formal
y, aunque sin anillo (vaginal),
la hemos sellado con cadena perpetua
so pena de muerte.
Quizá porque también seamos fieles hasta la médula.

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