martes, 25 de octubre de 2011

Cuéntame tu vida.

Empecé este blog con motivo de un viaje, alentada por una María que en cinco minutos me lo configuró para que mis letras tuvieran una casita bajo esta cabecera y también alentada por otras dos Marías que siempre están en mi cabeza, en mi cabecera, bajo la almohada y en el corazón, o en cualquier lugar al que mire y me tropiece con sus sonrisas.
Luego nada tuvo que ver con aquel viaje sino con otro, tal vez a mayor profundidad en el que poco a poco voy reordenándome mientras crezco, ausentándome a veces, algunos  tiempos en que me rompo y me corrompo, para luego recomponerme componiendo textos.
“―Cuéntame tu vida  ―me dijo un día un chico guapo a la par que se giraba para mirarme―, llevo demasiado rato hablando de cosas que no sé porqué te cuento, pero me interesas tú. Cuéntame tu vida”.
Nunca me había enfrentado a esto. Así que inconsciente-mente, ordeno los recuerdos que no recordaré en voz alta y echo a correr, olvidando que me he sentado a su lado, pero mirando de frente su perfil y, como siempre que me siento a gusto, he metido mis pies bajo sus piernas. Y ante esa petición, soy el árbol que quiere huir del incendio, pero que no puede, pues sus raíces están aprisionadas bajo su tierra. Entonces mi alma escapa por las hojas antes de que la consuma el fuego. Y empiezo a rellenar páginas de letras pendientes y me sale una historia inconclusa de árvores, árboles de vidas, árvores da Ciência, do Bem e do Mal, que comienza con Carvalho, un pequeño lugar que ocupa un gran espacio en mi remembranza y al que llevo todas las vivencias que almaceno. Es curioso cómo todos los nombres tienen una lógica natural, el lugar de mi recuerdo está lleno de olivos y viñas con chaparros entremedias, como las palabras no escritas entre las hileras de mis letras. En castellano el nombre real viene a significar robledal. Es  hermoso.
El chaparro es una mata de encina o roble de poca altura, pero aquí, en mi memoria infinita, donde olvidos y memorias cohabitan, también se le llama así al propio roble adulto, quizá porque a ojos vista de la inocencia no perdida, un arbusto es el árbol que sueña que es.
Recuerdo verso Olvido,
su eterna lucha es mi sí-no

Afortunada-mente es hora de ir marchándose. Lo siento, dejaremos los cuentos de mi vida para otro momento. Ahora toca despedirse por algún tiempo, para disfrutar septiembre. Ya llegará Octubre y la autodestrucción en dónde no habrá mucho que contar, en dónde Siempre es 26, eso canta Omara Portuondo, que con llagas profundas se va escribiendo el destino. Pero yo, como siempre, me anticipo, pues aunque la tristeza sea un fraude, a veces consigue engañarme y la creo, cayendo en la trampa.
Y caigo. Caigo tan lentamente que siento cómo cada partícula de profundidad me roza. Y cada roce es un recuerdo. Y diría que cada recuerdo es una caricia, si no fuera porque algunas memorias acuchillan. El recuerdo trae el pasado al presente de tu ausencia. El futuro, la desesperanza. Chillida lo situó metido en el mar, mirando lontananza, y de espalda a la conversación entre presente y pasado. Algún día una ola se lo llevará, ésa es su esperanza desesperanzadora del futuro. Y lo hará mientras suena una triste sinfonía de Bach.
Y caigo. Y en algún momento cesará esta dulce caída...
 “En la estación, junto al fracaso y la esperanza, cambio de piel: Metamorfosis con dolor”.
Como no podía ser de otra forma es una canción de Doctor Deseo.
Cuando viajo, siempre sueño que acabaré en la estación de Carvalho. Una voz nasal cambia mis monedas por un billete de regreso a ninguna parte, de regreso a la mierda. Retengo esta voz. Este momento del tránsito me gusta, siempre me han cautivado las estaciones, los puntos de origen y de partida.
Recuerdo (vuelvo a hablar como las viejas) que con la vuelta de comprar el billete nos hacíamos con la única golosina de la semana. Y mientras tú desgastabas el dulce, yo me inventaba las vidas de los rostros que llamaban mi atención, comprobando cuán diferentes eran el resto de niñas de nosotras y dando gracias al dios de los uniformes de colegialas por mitigar las diferencias más superficiales. También retengo algunas pecas graciosas en una cara difusa que pasa rápido, como los olivos de las cunetas ante las ventanas del tren. Y, por supuesto, tu sonrisa. Permanezco anclada a nuestro mundo de entonces mucho más tiempo del que relatan en su circular empeño las manecillas del reloj que se regodean de su tristeza ajena que es la mía propia. En monótono chismorreo andan estas señoras enlutadas que me rememoran a las tías de “El Mochuelo”. La más joven, delgada y alta, sin perder el hilo de su quehacer cacarea sesenta veces seguidas: tic. Tras lo cual, la mayor, regordeta, tranquila y enlutada también, da grandes y lentas zancadas mientras asiente autoritaria una sola vez: tac. Ambas me miran impasibles como se mira a una sobrina díscola que no aprende de la fatalidad advertida. De vez en cuando, un amable señor resurge de su segundo plano, correctamente ataviado con traje y sombrero negro e interviene a mi favor y sentencia el paso hacia la cuenta adelante mediante unas campanadas. ¡Qué hermosos son los relojes de  las estaciones!
Es mi autodenominado momento “Stand by”,  autoconsumo en espera, en el que a la par que voy cerrando los ojos, suspiro por los paradisos perdutos en los que me dejo caer. Y sigo cayendo. Y a esas edades me cautivaban las historias de Dickens y su justicia poética, creía en la bondad natural.  A estas edades me cautiva Dickens, pero no creo en la justicia y sí en la poesía y en la maldad natural. Caigo en la vieja dama, Miss Havisham, y la vicio, moldeándola a mi antojo, porque es una puta resentida, como la vida, y no tolera el color de las grandes esperanzas en los ojos de enfrente. Y comienzo a soñar y soñando te recuerdo:
“Entre sus largas uñas rojas estrangula la boquilla del cigarro que se lleva a unos labios grotescamente desdibujados en rojo, la sonrisa triste del payaso. Y aspira el humo y extermina el cigarro de una sola bocanada, y uno se echa las manos a la barriga porque teme que sean las propias entrañas lo que la vieja haya inhalado. Y si la repulsión es mucha, se acrecienta cuando expulsa el humo que, vaga sombra de la nube que fuera hace un momento, se difumina entre su rostro perdiéndose en las infinitas arrugas, caudales secos de lágrimas, manantiales profanados de risas. Y uno echa a correr sujetándose sus adentros, y siente cómo la legañosa mirada lo pudre todo a su espalda. Pero huimos antes de que nos alcance el aliento de la fatalidad. Esta asesina es una víctima de sí misma. Oh, Miss Havisham, algún día te haré una canción que te hará bailar en tu noche de bodas, nos emborracharemos y te libraré de tu tortura, pero ahora llevo prisa, huyo de ti y, para aligerar el peso de las alforjas voy soltando cajas. Porque el dolor pesa, pero cohabita la misma caja que el amor, la caja perdida perfecta-mente localizada en el altillo del armario... Pesa tu pérdida, pero está guardada junto a ti. Pesan tus dientes de leche, pero están unidos a tu sonrisa de anocheceres de verano. Pesa tu bote de renacuajos, pero nadan junto a tus ilusiones. Pesa la cajita de la bailarina, pero guarda tu música y tus vueltas sobre ti misma, a tu propio mundo. Pesan tus libros, pero guardan tus tardes lluviosas. Pesan tus primeras trenzas cortadas, pero enredan tus sueños de entonces. Pesa lo que no dije, pero agarra la mano de todas las palabras engendradas. Pesa la culpa. Pesa el recuerdo, pero sin él te olvido... Y me olvido. Y en la huída no soy más que humo.
(¿Es a esto a los que os referís los profetas de la levedad? ¿Os habéis embriagado de felicidad bebiéndoos de un solo sorbo vuestro Carpe diem?)
Arrojando cajas me deshago de todo cuanto soy. Tal vez sea momento de abrirlas y dejar que su contenido se dirija al lugar secreto, al paraíso perdido. Un alto en la huida para mirar a esa pobre zorra, porque son mis ojos los de enfrente, son mis ojos los de las grandes esperanzas, que, tras apartar la telaraña de los suyos, miran a lo venidero. No hay propina para el barquero, no por ser bonita, que también, es que me he andado lista, he abierto los ojos justo cuando sueño que estoy cayendo. Me reúno con mis tesoros.”
Al despertar, la impersonal voz nasal anuncia sin cesar trenes de salida, donde en cómodos sillones de clase preferente viajan los esperanzadores sueños. La misma voz anuncia las llegadas de los sueños abandonados hacinados en oxidados vagones, junto a la chatarra, corroyéndose de pena, al igual que yo cuando te digo “¡vamos, es el nuestro!”.
Inmutable esta realidad en que me hallo. Vuelvo a cerrar los ojos sólo por supervivencia impidiendo que las lágrimas no derramadas conviertan la estación en puerto. Recuerdo a mi personaje preferido de la adolescencia: “El mar es el cementerio del castillo de If”. Así pues, en la estación de If, los sueños abandonados son una bala de cañón de treinta y seis atada a mis pies. Soy mala nadadora, pero con este adorno a rastras queda garantizado el no resurgir a flote. Comámonos el llanto pues. Mejor, el riego a manta del cultivo interior. Lo onírico y lo real amigos de borracheras. “Las ruinas de un adiós” y el cansancio. Como siempre, las regiones del cariño, son el trayecto. A ver si al final te encuentro. Amenaza el desbordamiento en mi mirada mientras siento tu destello fugaz entre los dedos: tu tacto. Un sueño de paja1 que al sentir mi tacto escapa.

1.       Expresión robada (me permito el lujo de presuponer el con-sentimiento).

4 comentarios:

  1. Ya sabes que tengo que leerte dos veces por lo menos, sin embargo hoy algunas "palabrillas" las he entendido perfectamente... Aunque a veces sientas que siempre es 26, siempre tendrás una María contigo.

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  2. Se que sabes que se que vengo aunque te dije que no lo haría...
    Cloruro sódico para las puntas de índices mientras escribes.
    Hidróxido sódico para desatascar tu-verías mientras lees.
    Lámparas de sodio para esas sombras distintas mientras no miras.
    Sodio catión para las sístoles y diástoles mientras recuerdas.
    Sólo es un elemento más tan importante como cualquier otro alcalinoide y sin embargo tienes talento para el trato de metales.
    No entiendo porqué elegiste los números si lo tuyo era la química lírica, gracias, me ha encantado.

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  3. María… ¡Claro que siempre tengo una María! Enfrente, a casi todas las horas del día. Aunque tenga que releer mis palabras, a veces por tercera vez incluso para conseguir entender algo de lo que esta “enreversá” quiere decir. A-miga, no te pasa lo mismo con mis gestos, eh? Gracias, niña, me hace mucha ilusión ese lenguaje común y que me conozcas tanto, y que hayas dejado tu comentario. Mil besos. Y uno más, que es estético.

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  4. Anónimo, eres esdrújulo, pero yo también lo soy, al igual que la receta que te traigo con la mecha prendida. “Infiérelo”, sé que sabes que sé que te paseas por mis pasajes aunque dijiste que no lo harías. Está bien que lo hagas, me hace ilusión, porque algunos de los árboles, incluso en este “cuénteme tu vida” tienen también semillas de tierras lejanas que alguna vez me trajo, de la canción de Espronceda, el pirata. Pero déjate de química, que yo sólo sé de líricas aunque no místicas, terrenales. Normal-mente salada, sí, tengo salero no suelo ser sosa, pero puedo ser cáustica e improvisar una receta explosiva, dejar de ser terrenal y saltar por los aires: carbón, azufre y nitrato de potasio. También esdrújula. La usaré en el próximo esdrujuduelo.

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