viernes, 14 de octubre de 2011

Contrabajo y pandereta.

“Ey, hombre de la pandereta, tóqueme una canción. No tengo sueño y no voy a ninguna parte…” Mr Tambourine Man de Bob Dylan.

Con el agridulce de una despedida en los labios y una ciudad como Berlín aún  en la retina, con la expectativa de una nueva huída me hallo con los países bajos bajo los zapatos, bajo el nivel del mar o aún más abajo, dónde cueste respirar. En una ciudad hermosa, pero con poco viajero y demasiado turista, me entristezco sin razón y justo te encuentro, poniéndole música a mis adentros.
En tus  manos el contrabajo, la pandereta en tu zapato de suela rota que me saca la lengua y la lengüeta, mientras golpea el suelo haciéndole burla a mis rarezas.  Recorro años de oscuridad por tu roído traje de luto correcta-mente planchado, no así tu rostro de mil arrugas, canales naturales por los que la expresión se desborda. Y ahí está tu voz dulce bajo el bigote de Cantinflas, pequeño gran personaje, contra intrépidas e inesperada-mente maleducadas bicicletas, contra el ruido del tranvía y los  coches en segundo plano, contra el pum-pum-pum con que se concentran los malabaristas modernos. Entonces me acerco, y lo que escucho no tiene el precio de las monedas que te echo, pero es mi única manera de mostraros mi respeto y aprecio, hacedores de música callejeros.
―Thank you, lady ―dices con tu gran sonrisa que me recuerda aún más al actor mexicano.
―Thank you a ti ―respondo mientras me llevo la mano a la boca, pues me doy cuenta de mi inadaptación a los cambios. Acabaré extinguiéndome.
―”Eres el sueño de mi soledad…” ―entonas. Y a mí se me quitan un par de tonterías.
Es curioso, a veces existe la justicia poética y recibimos cuanto damos pero, como dice la canción de Drexler, transformado, se cierra el círculo y retorna a mí. Se pone en marcha la rueca:
Cambio: tu canción limosna para mis monedas, unas miserias.
Cambio: monedas por cafés que desafían a la noche y dependientas de caras desencajadas que contemplan cómo pagas vaciando tu monedero, un viejo calcetín como el que los críos cuelgan de las chimeneas en las noches buenas. Hoy será una buena noche aunque no sea de reyes, en que San Nicolás me regalará un lego de inspiración para que yo construya lo que quiera, así que invento este muelle dónde llevar a cabo el trueque: canción por poema.
Escribo
encadenando letras en fragmentos
que descuartizan cuentos de viejos
músicos y niñas perdidas,
de exiliados argelinos apátridas
que nunca regresarán a sus tierras,
ni guardarán duelo por sus muertos
ante sus inertes presencias.
Escribo
algo remota-mente  parecido a la poesía
de tus manos  desgranando un cogollo de maría
dejando en tus dedos la resina
mientras me cuentas tu historia
y viajo contigo en alfombra voladora,
más cómoda que la bicicleta o la escoba.
Escribo.
Pero es la hora de mover con trabajo mi pandero
hacia “la España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María”
para encontrarme con el mañana efímero de Machado
 y ver el éxodo silencioso de amigos que buscan un dorado
en busca de la pepita que garantice la supervivencia
pues la Pepa, cansada de ser la puta de unos y otros,
decidió casarse con dios,
hacerse monja de clausura en su convento conservador
y ya sólo sabe hacer la rosca de San Froilán,
y Pepé está a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, aquí seguimos,
parados, en esta quietud sin esperanza
hasta que decidimos abandonar.

Y escribo por tu huída de la muerte segura
y por mi vuelta a esta insegura vida.

Ey, hombre del contrabajo y la pandereta cánteme otra canción, no tengo sueño y me he quedado sin dinero, pero sólo necesito soñar para volar a otro lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario