sábado, 5 de marzo de 2011

O(h)dios


I.                   Odio a las lolitas desde que Edmond Dantes eligió a Haydée, es la suya una manía persecutoria y yo no corro tan rápido. No es el mejor ejemplo, dado que, hacia la esclava griega siento respeto, pero “el que la lleva la entiende”, puede que a quien más odie sea a Montecristo.

Envidio tus ojos de niña,
tu mirada,
tan vacía de gravedad como tus leves tetas.
Quizá porque siempre tuve mirada de mujer
y nunca jugué a la provocación,
un asunto más profundo que el escote.

Poeta,
amansa a tus lolitas
que yo tengo mis propias fieras.

Me gusta ser yo
quien estropea las últimas hojas.
De mis capítulos,
escribir  las últimas letras
o dejarlas marchitar con mimo.
Y, porque soy luna
en cuarto creciente,
nunca permití que las segara
guadaña ajena.

II.                 Odio a los cobardes que no son capaces de dar la espalda a la huida y la cara a sus cruces. Si fuese una moneda estaría siempre de canto, dando el cante para no decantarme, encantada de rodar en equilibrio hasta caer fuera de tu vista y así nunca sepas si ganaste o perdiste en tus apuestas.

III.               Odio la estupidez y sus contenedores. A los pasionarios sin pasión y con muy buen respaldo a sus espaldas, delante del cual es demasiado fácil ser incendiario sin fuego. Niños pijos que por tener, un perro flauta con pulgas, rastas y mierda, se creen de izquierdas. Soy demasiado difícil de encasillar en cualquier casillero, demasiado difícil de encajonar en cualquier cajón y demasiado fácil de encojonar con estúpidos. Tan independentista que, a veces, estoy a punto de constituir una nación yo sola. Ante todo el individuo.

IV.               Odio a la gente, creo en algunos humanos. Soy una antisocial filántropa y selectiva. Como mi bomba de destrucción masiva-selectiva.

Oh dios, me sería mucho más fácil culparte y odiarte a ti si no fuera atea.

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